Editorial Seix Barral. Primera edición 2011. Págs. 909
Miguel Carini
“Una
araña en la recámara”
Tenía
razón Borges. Hay que re-leer, permanentemente. Este libro magnífico lo leí la
primera vez en agosto de 2013 y ahora otra vez.
Deberíamos
leer los primeros 100 años de vida y re-leer los 100 segundos. Vivimos
demasiado poco para lo que hay que leer. Muchas veces pienso en que es una
gloria cuando llega a nuestras manos un libro como “Leonora”, pero … cuántos
serán los libros a los que no llegamos.
Octavio
Paz dijo de esta maravilla,”Ella misma se
ha convertido en un personaje literario … Logra esa especie de musicalidad que
lleva, esa cosa alada, cierta, como poética que observamos en su lenguaje.”
La
misma autora aclara en las páginas finales que inició una historia alusiva
sobre Leonora, para continuar el homenaje a Lourdes de Andrade.
-Suben a un cuarto de
trebejos del tamaño de un palomar.
Hasta ahora los artistas
que James frecuenta pintan en un taller digno de su obra y de lo que cobran.
-¡Es este tu sancta
santorum?- pregunta James, asombrado- No lo puedo creer. ¿De aquí sale la
pintura que me seduce? ¿De este agujero? ¿Es este tu atelier?-pregunta de nuevo
incrédulo.
Descrito
con esta intensidad, con esta llamativa manera de entender que a los artistas
inmensos no les importa dónde y cómo pintan, la escritora mexicana desgaja una
vida que comienza en Inglaterra y realiza un periplo infinito que acaba en
México, sorteando todos los presagios y obstáculos que se le presentan, por su condición de mujer, de
rica, de alcurnia y de apellido.
Pero
Leonora quiere pintar, y este volcán no haya mejor lugar que en la tierra de
los volcanes reciba todos los homenajes posibles por construir un lenguaje
personal y una pintura monumental. Esa
araña que la visita mientras pinta, cambia
pañales, prepara biberones, mide el agua del baño para sus niños con el
codo, fuma y lee con pasión. Pinta,
pinta y pinta.
Nadie
salvo Leonora lo llamaría estudio. En la mesa están los tubos de pintura al
lado de su paleta. El cenicero está a tope. Una arana teje su tela y Leonora
como esa araña, teje su vida a partir de
la nostalgia. México
es el territorio adecuado para profundizar en esa nostalgia.
La
araña teje su tela, mientras Leonora en su urdimbre existencial pinta su
universo donde nada la contamina, no imita a Ernst, su mundo interior es solo
de ella y es eso lo que desarrolla.
Necesitó
aprender las técnicas, no lo qué decir. Eso ya estaba habitado, estaba
decidido.
Su
protector dice que su pintura es instantánea e inconsciente. No son pinturas
literarias, aunque a veces el disparador poético sean las lecturas que ama. Le
afirma que fueron destiladas en la cava de su libido.
La
relación con Maurie, su madre, la que tiene con sus hermanos.
Este
libro es una maravilla de iluminación. No
solamente porque ingresa al mundo de la pintora describiendo su vida y sus
entornos con lo que ocurre en cada momento, sino en la manera de meterse en la
piel de la artista. Es como si la misma Leonora nos dijera qué le interesa, le
duele, le preocupa, le hace feliz, la vuelve plena. La
relación tormentosa con su padre. Su maternidad.
Si
alguien me pregunta en estos días que le puedo sugerir para leer, no tengo
dudas.
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