viernes, 31 de julio de 2015

LEONORA. ELENA PONIATOWSKA

Editorial Seix Barral. Primera edición  2011. Págs. 909 


Miguel Carini


“Una araña en la recámara”
Tenía razón Borges. Hay que re-leer, permanentemente. Este libro magnífico lo leí la primera vez en agosto de 2013 y ahora otra vez.
Deberíamos leer los primeros 100 años de vida y re-leer los 100 segundos. Vivimos demasiado poco para lo que hay que leer. Muchas veces pienso en que es una gloria cuando llega a nuestras manos un libro como “Leonora”, pero … cuántos serán los libros a los que no llegamos.
Octavio Paz dijo de esta maravilla,”Ella misma se ha convertido en un personaje literario … Logra esa especie de musicalidad que lleva, esa cosa alada, cierta, como poética que observamos en su lenguaje.”

La misma autora aclara en las páginas finales que inició una historia alusiva sobre Leonora, para continuar el homenaje a Lourdes de Andrade.

-Suben a un cuarto de trebejos del tamaño de un palomar.
Hasta ahora los artistas que James frecuenta pintan en un taller digno de su obra y de lo que cobran.
-¡Es este tu sancta santorum?- pregunta James, asombrado- No lo puedo creer. ¿De aquí sale la pintura que me seduce? ¿De este agujero? ¿Es este tu atelier?-pregunta de nuevo incrédulo.

Descrito con esta intensidad, con esta llamativa manera de entender que a los artistas inmensos no les importa dónde y cómo pintan, la escritora mexicana desgaja una vida que comienza en Inglaterra y realiza un periplo infinito que acaba en México, sorteando todos los presagios y obstáculos que se  le presentan, por su condición de mujer, de rica, de alcurnia y de apellido.

Pero Leonora quiere pintar, y este volcán no haya mejor lugar que en la tierra de los volcanes reciba todos los homenajes posibles por construir un lenguaje personal y una pintura monumental. Esa araña que la visita mientras pinta, cambia  pañales, prepara biberones, mide el agua del baño para sus niños con el codo, fuma y lee con pasión. Pinta, pinta y pinta.

Nadie salvo Leonora lo llamaría estudio. En la mesa están los tubos de pintura al lado de su paleta. El cenicero está a tope. Una arana teje su tela y Leonora como esa araña, teje su vida  a partir de la nostalgia. México es el territorio adecuado para profundizar en esa nostalgia.
La araña teje su tela, mientras Leonora en su urdimbre existencial pinta su universo donde nada la contamina, no imita a Ernst, su mundo interior es solo de ella y es eso lo que desarrolla.

Necesitó aprender las técnicas, no lo qué decir. Eso ya estaba habitado, estaba decidido.
Su protector dice que su pintura es instantánea e inconsciente. No son pinturas literarias, aunque a veces el disparador poético sean las lecturas que ama. Le afirma que fueron destiladas en la cava de su libido.

La relación con Maurie, su madre, la que tiene con sus hermanos.
Este libro es una maravilla de iluminación. No solamente porque ingresa al mundo de la pintora describiendo su vida y sus entornos con lo que ocurre en cada momento, sino en la manera de meterse en la piel de la artista. Es como si la misma Leonora nos dijera qué le interesa, le duele, le preocupa, le hace feliz, la vuelve plena. La relación tormentosa con su padre. Su maternidad.

Si alguien me pregunta en estos días que le puedo sugerir para leer, no tengo dudas.

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